lunes, 27 de mayo de 2013

EMPRENDEDOR




Me dicen por ahí que tengo que poner un negocio. Me cago en la puta, llevo toda la vida atando la mula donde manda el amo y yendo de putas cada tres meses para quitar lo gordo y mi hijo se comporta como si lo hubieran criado un urogallo y un ornitorrinco y lo hubieran maltratado en la infancia. Mi mujer trabajaba tanto y tan mal pagado que aquella voz atronadora se ha quedado en un hilo agonizante y ahora que no trabaja me está llenando la casa de gatos callejeros a los que llama con nombres de tertulianos de programas del corazón. Cada vez que se me cruza el “Matamoros” con su andar cansino de gato viejo me apetece reventarle la cabeza de una patada. Y a la siamesa “Patiño” no os voy a explicar lo que me apetece hacerle porque igual estáis comiendo. El chaval le mete patadas a la puerta cuando estoy cagando y se comporta en general como si yo hubiera estigmatizado su destino con mi mediocridad. No sé qué es estigmatizar pero me lo dice a menudo. El estigma. Tiene la marca de la bestia en el cuero cabelludo, me echa en cara,  pero no la de la bestia diabólica que es el 666 y por lo menos le hubiera servido para algo; él siempre dice que tiene la de la bestia de carga porque ha heredado una mancha pequeña en forma de herradura de color ferruño que ya empieza a asomar porque se ve que el chaval va a ser calvo como su padre.

En el bar me dice un tipo de mi quinta, que siempre me llevó delantera en ingenio e ímpetu emprendedor, que no debería ser tan pusilánime y que por lo menos  beba vino de corcho y no esa mierda que me meto al coleto como si fuera a acabarse el mundo. Yo le digo que si su hija sigue saliendo con el subnormal aquel que anda enseñando los calzoncillos con esos pantalones que parecen albergar medio kilo de mierda. Que emprenda él, su futuro yerno o quien sea, si les sale de los cojones, porque yo ya soy un esclavo institucionalizado y llevo dentro una rata sumisa enquistada que ya nunca saldrá de ahí. Sí, señores, cada vez que se me ocurre algo susceptible de cambiar mi vida a mejor, la voz mezquina de la rata me dice “¡¡dónde irás, tú, animal, si viniste al mundo con una azada en vez de con un pan bajo el brazo!!”

Mi mujer, la pichona, que la llamo, anda medio trastornada ya y se trae a los gatos pero no mira para ellos, se pasea por la casa con una bata raída y unas zapatillas de garra de oso (¡¡con lo coqueta que era y la energía que gastaba!!) y debe hacer dos años que no la oigo reírse si no es cuando cuentan alguna desgracia en la tele, “otros seis al hoyo y que no se pare la fiesta que sobramos muchos”, dice, con una risa demente y alarmante. Se pasa las horas muertas en el balcón de casa y a veces escupe al vacío.

Vivimos en un noveno piso y   el otro día me apeteció agarrar sus tobillos mientras asomaba medio cuerpo por el balcón dejando caer lentamente un hilo de saliva y tirar de ellos hacia arriba haciéndola caer al vacío.

Y lo hice. Luego saqué medio cuerpo y miré. La sangre parecía dibujar alguna forma en el asfalto. Primero parecía la silueta del pato Donald pero finalmente parecía más una especie de jirafa, pero con una oreja de más. Me quise tirar yo también (esa era la idea), pero me apeteció bajar al bar y tomarme un vino de los caros. Uno de corcho. Al pasar al lado del cadáver de mi esposa preferí no mirar. Di un saltito para sortear la sangre. En el bar estaba el listillo de los consejos. Pedí un rioja crianza y alzando la copa con el dedito meñique escayolado dije, a viva voz:

—Creo que voy poner un negocio de congelados.

1 comentario:

Malapersona dijo...

Coño, ¿y esta nueva técnica pictórica? ¡Mariano 3D!