viernes, 29 de mayo de 2015

SALMÓN

—¿Y tú a quién votaste?
—Yo no soy fácil de gobernar, como haya otros tres como yo se les va a poner el trabajo muy cuesta arriba, a todos esos que se disputan presidencias y alcaldías. No me imagino a alguien haciéndolo bien en base a mis expectativas. Así de mano nadie habla en su programa de eliminar el color salmón.
—¿Eliminar el color salmón?
—Sí, hombre, muebles y edificios, arte, cine. ¿Es que nadie se va a ocupar de eso nunca? El color salmón está ahí acechando por todas partes. Das la vuelta a la esquina y ¡zas!, un edificio de 12 plantas de color salmón. Estás viendo una peli cómodamente sentado en el sofá, con tu tapita de cecina y el vinito, y ahí lo tienes, la prota se pone en bragas y ya te puedes imaginar de qué color son. El color salmón fue un error desde el primer momento. Siempre fue una mierda. De hecho, la mierda debería ser de ese color y no marrón, que es un color muy digno y discreto, humilde y cómodo en su mediocridad; sin embargo, el color salmón se lo tiene creído, se cree elegante y no lo es.
—…
—Anduve trabajando estos meses de atrás en el asunto, participando en asambleas ciudadanas y en círculos de trabajo, y vaya, parecía que había gente válida y con ideas pero siempre pasaban de puntillas por ciertos temas, como este que me preocupa. Cada vez que tomaba la palabra y sacaba el tema del color salmón se escuchaban carraspeos y risitas. “Vaya, parece que ni siquiera aquí estamos libres de censura”, decía yo, “de autocensura, diría yo. Pues sepan que este tema afecta a un 40 por ciento de la población, que lo sufre en silencio”. Al final dejé de acudir a reuniones de trabajo y decidí votar en blanco.
—No sé qué decirte…¿De verdad crees que ese asunto del salmón debería ser una prioridad o me tomas el pelo?
—Bueno, en realidad también está el asunto de las huellas de patitas de gaviota en la arena de la playa, creo que debería haber operarios permanentemente dedicados a su eliminación, peinando la playa con enormes cepillos.
—…
—Deberían ser gente especializada que lo hiciera de tal manera que no se notara la mano humana, que dejaran en la arena un efecto de sinuosidad natural.
—¿Eso es todo?
—Bueno, y que le corten los huevos al imbécil que decidió excavar el subsuelo de Gijón para poner un metro. Puede que esa sea en realidad la primera de mi lista de prioridades, pensándolo bien. Gracias, Fermín, me has hecho pensar.

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